jueves, 18 de agosto de 2011



Mensaje a las Esposas de Esposos ocupados

Siempre hay dos lados de la moneda, y es hora de que veamos la otra cara del asunto.
Este artículo ha estado dominado por la perspectiva femenina, no sólo porque su
punto de vista es más válido y significativo, sino porque es mal comprendido por la
mayoría de los hombres. He escrito todo un libro, What Wives Wish Their Husbands
Knew About Women, con el propósito de hacer conocer a los hombres algunas de esas
frustraciones. Sin embargo, los esposos tienen sus propios reclamos legítimos, también.
De modo que prepárense, señoras. Ahora me voy a enfrentar a ustedes.

Estas severas palabras las voy a dirigir a la esposa de un buen hombre, al que llamaré Federico. Quiere a Bárbara y a sus hijos. ¡De veras! Literalmente daría su vida por ellos si fuera necesario. No bebe. Nunca ha fumado. No tiene compulsión por el juego. No tocaría a otra mujer en ninguna circunstancia. Se levanta todas las mañanas y marcha al trabajo, soportando quizás un trabajo tedioso y servil durante cuarenta y cinco años. Trae el salario a casa y hace lo mejor que puede por estirarlo para que alcance todo el mes. Vive de acuerdo con un código moral que resulta notable en una época tan deshonesta como ésta. Paga sus impuestos correcta y puntualmente, y jamás ha levantado de la oficina ni un alfiler. No le pega a los niños ni patea al perro ni flirtea a la viuda del frente. Es tan predecible como el amanecer, y estoy seguro de que Dios le reserva un sitio del otro lado.
Pero el buen Federico tiene una grave falla. Fue criado en una época en que a los varones se les enseñaba que debían reprimir sus pensamientos y sus sentimientos. “A los niños no se les debe ver ni escuchar”, decían sus padres. No recuerda jamás que lo hayan abrazado o alabado, y todos saben que los varones no deben llorar. De modo que Federico aprendió bien su lección. Se volvió tan duro como los clavos y tan silencioso como las ostras, pero al hacerlo, perdió contacto con sus emociones. Ahora, no puede ser espontáneo ni afectuoso, no importa cuánto se esfuerce. Simplemente no le sale. Y la mayor parte de sus pensamientos permanecen enterrados y reprimidos.
Uno podría esperar que Bárbara aceptara a Federico tal como es, ya que lo conocía antes de que se casaran. Más aún, su actitud reservada era la que lo hacía tan atractivo cuando estaban noviando. Siempre parecía tan fuerte, tan controlado, en comparación con su propia emotividad impulsiva. Pero ahora Bárbara está harta de su esposo tan poco romántico. Está profundamente airada porque no se comunica con ella, y continuamente lo regaña por sus supuestos “fracasos” como esposo. El no puede hacer nada bien, y ella se ocupa de hacer que ambos se sientan miserable el año redondo.
Hagamos más concreto aun el ejemplo. Federico y Furiosa Bárbara son una combinación bastante frecuente de temperamentos. He visto cientos de esposos y esposas en esa misma situación. Muchos hombres, no sólo aquellos que fueron enseñados a reprimir sus emociones, encuentran difícil armonizar con las emociones de sus esposas. No pueden ser lo que sus esposas quieren que sean. Pero en lugar de considerar al hombre como una totalidad, afirmando sus cualidades positivas como contrapeso de sus “flaquezas”, las esposas se concentran en los elementos faltantes y permiten que sea eso lo que domine la relación. Está casada con un buen hombre… ¡pero no es lo suficientemente bueno!

Sólo los hombres que están casados con semejantes mujeres saben qué miserable puede tornarse la vida. El rey Salomón tenía al menos una mujer inconforme en su harén, porque escribió “Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda” (Proverbios 21:19). Más tarde se refirió a la insatisfacción de esta mujer como “gotera continua” (Proverbios 27:15). ¡Tenía razón! Una mujer enojosa vocifera, delira, llora y se queja. Su depresión es perpetua y echa a perder las vacaciones, los feriados y los meses en medio. Puede, a modo de venganza, negarse a cocinar, limpiar, o cuidar de los niños. El esposo entonces enfrenta el tremendo desafío de llegar a una casa desordenada y encontrar a una mujer amargada y airada los cinco días de la semana. Y lo triste de esta historia es que a menudo él es incapaz de ser lo que ella quiere que sea. Él ha intentado seriamente reordenar su naturaleza básica en cinco o seis oportunidades, pero no ha logrado nada. Un leopardo no pierde las manchas, y un hombre poco romántico, poco comunicativo, simplemente no puede transformarse en un conversador sensible. La desavenencia matrimonial es insalvable.
La esposa deprimida da vueltas en su mente a la posibilidad del divorcio. Día y noche considera esta alternativa, y pesa las desventajas en relación a una única ventaja: escapar. Se preocupa por el efecto que el divorcio pueda tener sobre los niños, se pregunta si será capaz de mantenerlos, y desea no tener que decírselo a sus padres. Da vueltas y vueltas a los pro y a los contra. ¿Debo o no hacerlo? Siente a la vez atracción y repulsión por la idea de separarse.
Esta etapa contemplativa me recuerda una clásica película documental que se lanzó en los primeros tiempos del cine. El camarógrafo captó un hecho dramático que ocurrió en la Torre Eiffel. Allí, cerca de la punta misma, estaba un ingenuo “inventor” que había construido un par de alas a semejanza de los pájaros. Las había atado a sus brazos con el propósito de usarlas para volar, pero no estaba totalmente convencido de que pudieran funcionar. La película lo muestra caminando hacia la rampa y mirando hacia abajo, para luego retroceder, y volver a avanzar. Después se paraba sobre la rampa, pero volvía otra vez hacia la plataforma. Aun con una cámara tan primitiva, la película logró captar la lucha interna del potencial volador. “¿Debo o no debo hacerlo? Si las alas funcionan seré famoso. Si fallan, voy hacia mi muerte”. ¡Qué aventura azarosa!
El hombre finalmente subió, se soltó del arco, y se balanceó adelante y atrás en un increíble instante de su destino. Luego saltó. La última escena se tomó con la cámara apuntando directamente hacia abajo mientras el hombre caía como una pedrada. Nunca intentó siquiera aletear en su camino al suelo.
En algunos sentidos, el ama de casa deprimida es como el hombre sobre el borde. Sabe que su divorcio es un salto peligroso e impredecible, pero quizás podría henchirla con la libertad de un pájaro. ¿Tendrá el coraje de saltar? No, sería mejor quedarse en la seguridad de la plataforma. Por otro lado, podría ser el escape tan largamente añorado. Al fin de cuentas, todo el mundo lo hace. Avanza y retrocede en medio de su confusión… y a menudo se lanza.
¿Qué le ocurre entonces? Mi observación es que sus “alas” no le brindan el respaldo prometido. Después de agobiantes trámites legales y la lucha por la custodia de los hijos y por instalarse convenientemente, la vida regresa a su monótona rutina. Y qué rutina. Tiene que conseguir un trabajo para mantener el hogar, pero sus destrezas laborales son escasas. Podría trabajar en un bar, o como recepcionista, o vendedora. Pero para cuando le pague a la niñera (si es que consigue una), le queda muy poco dinero para darse algún gusto. Su nivel de energía es aun más escaso que su dinero. Llega a la casa exhausta, sólo para encontrarse con las necesidades apremiantes de los niños, que la irritan. La suya es una existencia áspera.
Entonces observa a su ex-esposo, que la lleva mucho mejor. Gana más dinero que ella, y la ausencia de los niños le da mucha más libertad. Lo que es más, (y este es un punto importante), en la sociedad tiene mucho más prestigio ser un hombre divorciado que ser una mujer divorciada. Él a menudo encuentra una nueva amante más joven y más atractiva que su primera esposa. Los celos arden en la mente de la divorciada, que se encuentra sola, y seguramente, otra vez deprimida.
Esta no es una historia inflada para desalentar el divorcio. Es un esquema típico. He observado que muchas mujeres que buscan el divorcio por esas razones (no por infidelidad), lamentarán de por vida su decisión. Sus esposos, cuyas buenas cualidades reaparecen a la larga, empezarán a parecer nuevamente muy atrativos. Pero estas mujeres ya han dado el paso sobre el borde… y tienen que entregarse a las fuerzas de la naturaleza.
El divorcio no es la respuesta al problema de un esposo ocupado y una mujer solitaria. Aunque el mundo secular se haya vuelto liberal en su actitud hacia la estabilidad del matrimonio, las pautas bíblicas siguen siendo válidas. ¿Quiere saber exactamente qué piensa Dios del divorcio? Él ha dejado bien claro su punto de vista en Malaquías 2:13-17, especialmente en relación a los esposo que andan buscando un nuevo entretenimiento sexual:
Pero ustedes aún hacen más: inundan de lágrimas el altar del Señor, y lloran con grandes lamentos porque el Señor ya no acepta sus ofrendas. ¿Y aun preguntan ustedes por qué? Pues porque el Señor es testigo de que tú has faltado a la promesa que le hiciste a la mujer con quien te casaste cuando eras joven. ¡Era tu compañera, y tú le prometiste fidelidad! ¿Acaso no es un mismo Dios el que ha hecho el cuerpo y el espíritu? ¿Y qué requiere ese Dios sino descendientes que le sean consagrados? ¡Cuiden ustedes, pues, de su propio espíritu, y no falten a la promesa que le hicieron a la esposa de su juventud! El Señor Dios de Israel, el Todopoderoso, dice: “¡Cuiden, pues, de su propio espíritu; pues yo aborrezco al que se divorcia de su esposa y se mancha cometiendo esa maldad!” El Señor ya está cansado de escucharles; y todavía ustedes se preguntan: “¿Qué hemos dicho para que se haya cansado de escucharnos?” Pues ustedes han dicho que al Señor le agradan los que hacen lo malo, y que está contento con ellos. ¡Ustedes no creen que Dios sea justo! (VP)
Si el divorcio no es la solución, ¿qué puede decirse a favor de la mujer que está emocionalmente insatisfecha? Primero, es bueno que ella identifique la verdadera razón de su frustración. Es cierto que su esposo no está respondiendo a sus necesidades, pero dudo que los hombres jamás hayan respondido a las mujeres como ellas esperaban. ¿Acaso cien años atrás, cuando el granjero llegaba del campo preguntaba: “Cómo te ha ido hoy con los niños”? No, era tan indiferente a la situación de su esposa como lo es Federico a la situación de Bárbara. Entonces, ¿cómo sobrevivió la esposa del granjero, en tanto que Bárbara anda caminando por las cornisas? ¡Parece que la diferencia entre ambas se encuentra en la ruptura de las relaciones entre las mujeres! Cien años atrás, las mujeres cocinaban juntas, envasaban conservas, lavaban la ropa juntas en el arroyo, oraban juntas, enfrentaban la menopausia juntas, y envejecían juntas. Cuando nacía un bebé, las tías, abuelas y vecinas estaban allí para mostrarle a la nueva mamá cómo cambiar, cómo alimentar y cómo disciplinar a su hijo. El contacto femenino proveía enorme respaldo emocional. En realidad, una mujer nunca estaba sola.

Pero la situación es muy distinta hoy en día. La familia extendida ha desaparecido, privando a la esposa de esa fuente de seguridad y compañerismo. Su madre vive en otra ciudad, y su hermana mucho más lejos. Más aun, las familias en los países más desarrollados se mudan cada tres o cuatro años, lo que impide establecer amistades duraderas en el vecindario. Además, hay otro factor que rara vez se reconoce: las mujeres norteamericanas y las mujeres modernas en general, tienden a ser económicamente competitivas y recelosas unas de otras. Muchas ni siquiera considerarían invitar a un grupo de amistades hasta que su casa esté adecuadamente pintada, amueblada o decorada. Como dijo alguien: “¡Trabajamos duro para tener casas lindas en las que nunca hay nadie!” El resultado es el aislamiento, y con él su pariente directo: la soledad.
Cuando se priva a la mujer del respaldo emocional significativo que llega desde fuera del hogar, se traslada una enorme presión a la relación conyugal. El hombre entonces se torna la fuente primaria de conversación, expansión, compañerismo y amor. Pero su esposa no es su única responsabilidad. Él enfrenta una enorme presión en el trabajo, tanto interna como externa. Su autoestima depende de cómo maneja su negocio, y la posición de la familia entera depende de su éxito. Para cuando llega a casa, le queda muy poco con lo cual estimular a su solitaria esposa… aun si la entendiera.

Permítame hablarle claramente a la esposa del marido ocupado y poco comunicativo: usted no puede depender únicamente de este hombre para satisfacer todas sus necesidades. Se sentirá constantemente frustrada por la imposibilidad de él para responderle. En cambio, usted debe establecer una red de mujeres amigas con quienes conversar, reír, afligirse, soñar y recrearse. Hay miles de amas de casa a su alrededor que tienen las mismas necesidades y experiencias. Ellas estarán buscándola cuando usted inicie su búsqueda. Anótese en grupos de gimnasia, en pasatiempos, en actividades de iglesia, en estudios bíblicos, en clubes de ciclismo, en lo que sea. Pero por todos los medios resista la tentación de encerrarse en las cuatro paredes de una casa, sentada en el trono de la auto conmiseración, esperando que su príncipe llegue en el caballo blanco.
Con frecuencia, la característica más irritante de un hombre es un subproducto de la cualidad que su esposa más admira. Quizás sea frugal y mezquino, cosa que ella detesta, pero que le ha dado éxito en los negocios, cosa que ella admira enormemente. Quizás esa actitud tan atenta a las necesidades de su mamá, que a su esposa la irrita, sea otra dimensión de la misma actitud que guarda hacia su propia familia. En el caso de Federico, su controlada estabilidad ante las crisis, que fue lo que atrajo inicialmente a Bárbara, está relacionada con su falta de espontaneidad y pasión en tiempos más sosegados. El punto que quiero señalar es éste: Dios le ha dado a su esposo el temperamento que tiene, y usted debe aceptar esas características que él no puede cambiar. Después de todo, él tiene que hacer lo mismo respecto a usted. “No lo digo porque tenga escasez, porque he aprendido a contentarme, cualquiera sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filipenses 4:11-13.

Por el doctor James Dobson

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